Intentando La Leonera : buen aprendizaje

De un tiempo a la fecha, he estado relatando mis aventuras de novato en la montaña, especialmente con los entretenidos miembros del Club Los Malayos (http://www.malayos.cl/).

Este fin de semana, ibamos a intentar subir nuevamente el Cerro La Leonera (justo al lado del Cerro El Plomo), para lo cual nos juntamos el sábado pasadas las 9 de la mañana (por suerte no fue de madrugada esta vez) en Plaza Italia.

Tras una espera mediana, llegamos 8 personas al encuentro. Tres chicas y el resto varones, todos entusiastas deportistas de fin de semana. Esta vez nos embarcamos en un transporte escolar (una metáfora del proceso de aprendizaje, no creen?) y tras un par de horas de viaje llegamos a la parte más alta de La Parva, cerquita del último andarivel.

Allí, tras embetunarnos de bloqueador solar y poner nuestras mochilas en la espalda, iniciamos el largo camino hacia La Leonera.

No bien habíamos pasado el primer gran desafío, un ascenso por un cerro de acarreos desafiante, comenzó a sentirse un viento helado muy fuerte. Nos acompañaron las ráfagas gélidas casi todo el camino, mientras en el cielo se movían presurosas muchas nubes oscuras. Todo me hacía sentir que pasaba algo distinto a mi anterior incursión. Tuve que detenerme para abrigarme, ya que el frío se hacía notar. Me agregué dos capas de ropa y continué la travesía.

Poco rato después, el viento era tan intenso que hasta perdí el equilibrio un par de veces. La visibilidad se disminuyó ostensiblemente por la bruma que pasaba entre nosotros con gran rapidez. Sin amilanarnos continuamos hasta que nos acercamos a la explanada de Cancha de Carreras, en donde haríamos campamento.

No habíamos alcanzado a acomodarnos, apenas armada la carpa con mi cordada (mi simpatiquísimo compañero peruano Clever) cuando se puso a nevar. La verdad se puso muy helado y a pesar que había averiguado (internet mediante) que la isoterma cero estaría a 3.700 metros, no imaginé que el frío sería un gran tema en esta excursión. Estabamos en ese lugar a 4.200 metros de altura aproximadamente, nevando copiosamente y salvo las carpas, nada en donde protegerse.

En menos de una hora, el frío ya me hizo sentir insignificante, pues todo lo que yo había aprendido de capas de ropa y materiales técnicos se fue por la borda. Tenía puesto TODO lo que llevaba y estaba muerto de frío. Lo que vendría a entender mucho después que hay ropa y hay ropa, en buen chileno, malgasté dinero en ropa técnica de promesas y no realidades. (me dan ganas de hacer un pasquín denostando algunas tiendas, pero debo aceptar que la compra de un ignorante es tan mala como la venta de un embaucador).

Me metí en la carpa buscando guarecerme de las ráfagas de viento y allí comencé a comer frenético, necesitaba calorías pues la naturaleza, veleidosa, me las robaba con cada arremetida de viento. Lo cierto, es que guardando la calma con ayuda de mi mente entrenada, decidí abordar con humildad el trance. Terminé de comer, ejercité mis músculos buscando generar calor y me metí en mi saco para -20°c. Resultó tan decepcionante como un comercial, pues mis pies estaban helados, mis manos también y la sensación que me inundaba es que me estaba congelando. La temperatura exterior marcaba -4°c, pero con el terrible viento, la sensación térmica, era claramente mucho menor, quizás unos -15°c. Según algunas tablas que he consultado es posible que haya sido peor, pero para el caso, pague con creces mi ignorancia.

Fue una noche terrible, las ráfagas de viento levantaban la carpa y amenazaban en cada segundo romper o llevarse la carpa, nuestra pequeña guarida. Mi compañero se quejaba de frío y yo por pudor no dije nada, pero me moría de frío. Frotaba mis pies y manos tratando de generar calor y si bien lo conseguía, no duraba más que unos segundos. Varias veces durante esta noche vientos terribles, pensé que la carpa se hacía trizas y quedábamos botados en la noche para ser candidatos de una hipotermia galopante. Fue heavy.

Cerca de las 5 de la mañana, hora acordada para iniciar el ascenso a La Leonera, me di cuenta que era un suicidio salir y simplemente ignoré el tema, tal como lo hicimos casi todos. Como siempre hay alguien mejor preparado que estaba en condiciones de asumir el desafío, pero en este caso, estuvo solo en el proceso (lo siento por el gran malayo y amigo Hernán).

Cerca de las 7:30 horas somó el sol, más bien se sintió su agradable calor y decidí interrumpir mi insomnio gélido y salir fuera de la carpa. me puse a caminar y de a poco a entusiasmar a los demás a que tomáramos un buen y caliente café. Con buen ánimo y grandes ojeras, fueron saliendo todos de sus carpas y poco a poco, la noche quedó atrás y pudimos desayunar y bromear acerca de la tormenta en la cual estuvimos metidos esa noche.

Alrededor de las 10:30 horas desarmamos campamento y decidimos alcanzar a nuestros compañeros malayos que ascenderían domingueramente el cerro El Pintor. Así que caminamos y llegamos a tiempo para disfrutar una dieta malaya en la cumbre de El Pintor como corresponde. Deliciosos alimentos gourmet y mejor onda, para cerrar un capítulo que mejoraba ostensiblemente con el paso de las horas.

Aprendí mucho de esto, enfrentados a la naturaleza no somos nada, ropa técnica mediante (siempre que sea verdaderamente de calidad) podemos soliviantar algunos aspectos, pero al final, solo compensamos y tratamos de adivinar lo que en la profundidad es propio de la naturaleza que nos rodea. Nuestra soberbia tiene demasiados límites ante el universo poderoso de la montaña.

Con profunda humildad, espero estar mejor preparado para la próxima vez. Aplicaré de verdad algo que me enseño una persona increíble, no existe el frío, solo la mala ropa.

Cerro La Leonera : dicen que es fácil

Con un cordón montañoso único en el mundo, Santiago ofrece increibles opciones a la hora de hacer algo de montañismo. Este fin de semana, fui invitado a ascender un cerro de la categoría 5.000 metros.

Me levanté a las 6 de la madrugada del sábado ya que a las 7 me pasarían a buscar. Como era una novedad en mis carretes, asumí casi todos los consejos de mis amigos más experimentados, aunque con las limitaciones de mi escaso equipamiento y algunos prejuicios personales (como por ejemplo, nunca tanto frío). Cargué alimentación adecuada para el esfuerzo, ropa, utensilios y buena onda (era un viaje a lo desconocido).

Con cuatro participantes en la camioneta, nos dirigimos hacia los centros invernales de Santiago (Farellones, La Parva, etc.) y subimos en la 4×4 hasta el último andarivel, en donde estacionamos. Un día que prometía bastante calor. Tras unos minutos de espera, se juntó un grupo de 15 montañistas, la mayoría de los cuales pertenecientes al Club de Los Malayos (ya les conté sobre ellos).

Tras los saludos de rigor, cargamos en los hombros nuestras mochilas. La mía pesaba más de 20 kilos, mucho más que cualquiera de mis otros paseos. Pero bueno, siempre hay una primera vez, sobretodo si llevaba una carpa y suficiente agua para cubrir mis necesidades de hidratación que son bastante más que las del resto (la hiperhidrosis me pasa la cuenta).

La caminata hacia Cancha Carrera fue fulminante para mi cuerpo, aunque hicimos un tiempo impecable a pesar del ardiente sol que nos acompaño. En el punto en que confluyen las rutas hacia el Cerro El Pintor y al Cerro La Leonera, nos detuvimos a almorzar pasadas las 14 horas. Estuvo exquisito, incluso con un temblor bastante fuerte que se hizo sentir mientras estábamos en el lugar.

Seguimos hacia el lugar en donde haríamos campamento a 4.200 metros de altitud. Allí empezó a flaquear la fortaleza física pues el dolor de cabeza mío y de varios compañeros se hizo notar. La puna comenzó su trabajo.

Armamos campamento y nos dispusimos a preparar una temprana y potente cena. Contra todas mis definiciones personales, cenamos antes de las 19 horas y con un sol a todo dar. Como sea, cerca de las 20 horas, casi me averguenzo de comentarlo, me metí a mi carpa y me dispuse a dormir.

Falso, no dormí nada. Cometí un gran error y dejé los sacos de dormir con la cabeza más abajo que los piés (terreno de cerro no?) y luché toda la noche con el frío (tenía puestos 3 camisetas, un polar, un gorro de lana y dobles calcetas en los piés, además de los pantalones y mi saco para -12 °c) y el ahogo (la sangre se iba a mi cabeza y como hay poco oxígeno, lo tomaba todo y mis pulmones reclamaban con la sensación de ahogo). A alguna hora de la madrugada, me di cuenta de ello y con el implícito permiso de mi cordada (mi compañero de ascensión), di vuelta mi saco y creo que dormí diez minutos, ya que a las 4 de la madrugada sonó mi despertador. Bueno, la inexperiencia se paga, así que me puse un cortavientos, mis botas de montaña y salí de la carpa al espectáculo de una noche estrellada maravillosa (¡ en Santiasco!). Fue divertido ver mi mochila congelada en las afueras de la carpa. Armamos un desayuno potente con nuestras linternas de cabeza (sin ellas no se ve nada) y pasadas las 5 de la madrugada salimos rumbo a La Leonera. En el proceso quedaron algunos apunados en el campamento y el resto, le dimos con todo hacia las alturas.

Tras más de 3 horas de incesante ritmo, llegamos a la cumbre de La Leonera, increíble. Subí con mis dedos de manos y piés congelados, que desagradable sensación, pero no podía hacer nada excepto usar mi mente para obligarlos a moverse. La verdad es que casi no me di cuenta que había llegado a la cima, hasta que comencé a recibir abrazos de felicitaciones. Que lindo, cada logro en la montaña se celebra como si fuera único, me emocioné con la simpleza del gesto y la profundidad de los significados. Cada cual llega por su propio esfuerzo, no hay otra forma. Me tomaron algunas fotos que espero recuperar para recordar la emoción de ese momento. Es increíble el espectáculo de las grandes montañas observadas desde la altura. Hasta se veía el Aconcagüa.

Tras unos 20 minutos en la cumbre, el sol estaba muy fuerte y además comenzó a llegar una delegación de montañistas de la UC, no cabían todos así es que comenzamos el descenso.

Retornados al campamento, me volvió el dolor de cabeza (raro, pero solo me ocurrió en ese lugar), así que con un remedio personal basado exceso de hidratación y alimentación finalmente solucioné el problema. De paso, recuperé la sensación de tener dedos en manos y piés.

Decidí preparar el regreso, desarmando carpa y ordenando mochila y apenas terminaba, cuando una nueva sorpresa apareció, se puso a nevar!!!!.

Bajamos en medio de una increíble nevazón, hasta encontrarnos con una delegación de Los Malayos que habían subido El Pintor y nos esperaban con una dieta Malaya, agua mineral, café de grano y turrón uruguayo. ¿quién desea más?. Me encantan Los Malayos.

Continuamos el descenso y aproveché un largo tramo para hacer surfing en rocas, es decir, deslizarme por una ladera de acarreo como si surfeara, es increíble, aunque anoto dos caídas divertidas y una con resultado de una herida en mi rodilla derecha. Además de mi cara quemada a pesar del bloqueador solar.

Gran fin de semana, mi primer 5.000 (aunque realmente es un poco menos) y una experiencia deliciosa de compañerismo, naturaleza y buena onda. Salvo por el hecho que me duele todo, no fue tan difícil……. ufff