Al cerro El Plomo con René, una gran aventura

No comenzaba enero y René ya estaba entusiasmando a unos y otros en su gran sueño, llegar a la cumbre del cerro El Plomo a sus 75 años de edad. René no solo es el malayo de mayor edad sino también una de las personas más joviales, alegre y agradable que mi querido club acoge. Debo confesar que tardé menos de 10 segundos en comprometerme a subir ese lindo cerro con él, como seguramente ocurrió con el resto de los invitados a esta aventura.

La mañana en que se iniciaba esta expedición, me levanté muy temprano a preparar mi mochila ya que mis jornadas laborales y mis proyectos personales no me dejan mucho tiempo cuando voy a ausentarme por un par de días. A la hora acordada llegué a casa de René quién rápidamente viene a saludarme con su amplia y generosa sonrisa y a ponerme al tanto que Jürgen había amanecido enfermo y que tendríamos que hacer un poco de magia para cargar los bultos en su vehículo en vez de la enorme camioneta del ausente. Poco después aparece Rodrigo quién viene a dejar su equipamiento y el de Francisco, ya que ellos viajarían un día después a la aventura. Cabe destacar que ya teníamos cargado las mochilas nuestras y las de Leo y Gabriel. En verdad, era muchísimo volumen, pero con buen espíritu malayo, nos arreglamos para que todo entrara como fuera. Además de la carga, iríamos 4 pasajeros, así que el peso total comenzó a preocupar a René pensando en los viejos neumáticos y el estado del camino que tendríamos que recorrer.

Una vez que apareció Willy, comenzamos el viaje hacia el punto de encuentro en donde nos esperaba Cathy y su equipo. Ufff, empezamos a dudar si cabría todo y todos. Ahí es donde la increíble generosidad de Mónica, hija de René, compañera de Jürgen  y la loca más divertida del planeta, al primer comentario sobre las condiciones del vehículo de René, pasó sus llaves y nos prestó su jeep con la misma facilidad con que alguien presta 100 pesos. Notable!.

Una vez trasladados todos los bultos al jeep, nos acomodamos y partimos los 4 primeros malayos hacia Valle Nevado, al sector de Tres Puntas, lugar donde se iniciaría la caminata. En este punto nos encontraríamos con el arriero y sus mulas para trasladar lo más pesado hacia Federación, mientras nosotros partíamos con una mochila de trekking en la espalda hacia el mismo destino.

Un lindo y animado recorrido, que ya he hecho en varias ocasiones y que siempre me envuelve en una deliciosa paz desconectándome completamente de todo el ajetreo de la ciudad, el cual culminó en el lugar que el arriero dejó nuestros equipos. A pesar que aún había sol y la temperatura se sentía agradable, en el último tramo ya bajo la sombra, noté que mis manos se congelaban. Me apuré en abrigarme, pero el daño ya estaba hecho, los dedos estaban definitivamente helados y, como oscurecía, no tuve opción que armar mi carpa en esas condiciones. Un error típico, siempre hay que abrigarse antes de sentir frío, comer antes de sentir hambre e hidratarse antes de tener sed.

Encerrado en mi carpa utilicé la cocinilla para recuperar mis manos, pero todo mi cuerpo ya acusaba el desequilibrio mientras la temperatura seguía bajando. Bajo un viento que aumentaba su fuerza, cocinamos y muy temprano me fui a dormir.

Tras una noche larga de fuertes ventarrones, amanece en la base del Plomo y disfrutamos de un exquisito desayuno colectivo. Completamente despejado, sacamos cuentas alegres acerca del frente de mal tiempo que habíamos chequeado en internet y que era nuestra mayor preocupación en esta expedición. El plan para este nuevo día era llegar a dormir al refugio de Agostini a 4.600 metros de altura, pausa necesaria para aclimatar y asegurar la cumbre en la madrugada siguiente.

Tras equiparnos con lo indispensable, comenzamos el ascenso hacia Agostini calculando que salvo por un par de montañistas, el refugio estaría disponible para cumplir nuestro propósito. Una vez que llegamos al lugar, tuvimos tiempo de hacer agua a partir de la abundante nieve cercana apurando un poco el ritmo, ya que la temperatura descendía con gran rapidez, recibimos a un padre de 71 años y su hijo que venían con similar objetivo. Fue un rato muy especial, pues esa hermosa solidaridad y compañerismo que solo he visto en la montaña, se dio de natural forma. Nos distribuimos apretadamente al interior del pequeño refugio, todos cuidando la armonía, evitando molestar a los demás y ofreciendo ayuda en lo que fuese necesario.

La temperatura seguía bajando y ya todos muy abrigados y dentro de los sacos, nos pusimos a conversar y compartir alimentos como es habitual en la camaradería de montaña. Historias, anécdotas adornaban el descubrimiento de tantos intereses comunes. Al cabo de minutos ya eramos amigos de toda la vida con nuestros accidentales compañeros. Motivo de muchas risotadas fue el descubrimiento que nuestra aventura malaya era conseguir que nuestro René a sus 75 años llegara a la cumbre mientras ese notable hijo llevaba a su padre de 71 años a cumplir también el mismo sueño. Sentí que todos mágicamente  sintonizábamos en la misma frecuencia.

Fue una noche de muchos intentos de dormir, mucho frío e historias. Curiosamente, en Agostini hay señal y pudimos consultar en repetidas ocasiones vía internet el pronóstico de diversos servicios de clima. Poco a poco, fuimos concluyendo que se venía muy difícil la siguiente jornada. Mientras tanto, a través de la radio, recibimos la confirmación que Leo, Francisco, Rodrigo, Gabriel y la bella Sammy habían llegado a Federación. Al fin, todos estábamos en la aventura.

Alrededor de las 5 de la madrugada, con más de 14 grados bajo cero, los sacrificados malayos que venían de Federación, llegaron al refugio. Una gran bienvenida malaya y un nuevo chequeo de las condiciones climáticas. El asunto no venía bien, todos los pronósticos indicaban tormenta, nieve y lluvia más abajo, además de la baja temperatura. Este es el momento más complicado que se debe enfrentar en la montaña, decidir si hacemos cumbre a cualquier costo o nos cuidamos, sabiendo que por supuesto esta magnífica montaña siempre estará ahí y que los riesgos deben evaluarse con inteligencia.

Largos momentos de debate, pero primó la cordura. Ante la evidencia de lo que venía, lo único razonable era abandonar, ya que incluso descendiendo en ese momento nos atraparía igual el mal clima. Con el dolor del orgullo, tomamos la sabia decisión y salvo por una aterida Sammy que se quedó con nosotros, los malayos recién llegados, regresaron al campamento base.

Una hora o algo más después, recibimos a unos argentinos que por perdidos habían hecho un extraño cruce del glaciar y bajaban presurosos, mientras nosotros nos preparábamos para descender.

Apurando el paso, bajamos hasta Federación para desarmar el campamento, ya que logramos avisar al arriero que llevara las mulas y un caballo para René para regresar debido al mal clima que se venía. Efectivamente, terminado el desarme del campamento e iniciado el regreso, comenzó a nevar.

Caminamos bajo un telón de nieve, que progresivamente mientras bajábamos se fue transformando en un diluvio de nieve y lluvia, hasta llegar al desierto blanco en donde encontramos los vehículos en Tres Puntas. La situación comenzó a ser preocupante, pues no había huella de senderos, todo blanco. Teníamos además el problema que el caballo que pedimos para René no lo podíamos dejar botado. la comunicación por teléfono simplemente era imposible y allí iniciamos otra divertida aventura.

La llegada de una patrulla de Carabineros en una 4×4 nos dio la oportunidad de visualizar el camino y pensamos que lo mejor sería salir de ahí antes que se borrara la ruta. Evaluamos y decidimos definitivamente que lo mejor sería salir de ahí, antes que el camino fuera imposible de transitar. Pero, que diablos haríamos con el caballo?

Comenzamos a avanzar con mucha dificultad porque el agarre de las 4×4 no era lo esperado mientras Willy, sacando el Indiana Jones que lleva dentro, montó el caballo para llevarlo con nosotros. Con gran dificultad logramos llegar a Valle Nevado en los vehículos incluyendo un aterrador deslizamiento fuera del camino, solo para darnos cuenta que habíamos dejado a Willy muy atrás. Peor aún, también habíamos dejado al arriero con nuestro equipamiento en sus mulas en la ceguera del viento blanco y sin ninguna comunicación. ¿que pensaría el arriero cuando llegara a Tres Puntas y viera que no estábamos y tampoco su caballo regalón?

En Tres Puntas, ya con la adrenalina controlada, conversamos acerca de las opciones mientras esperábamos esperanzados que Willy llegara a pesar de la nula visibilidad. Nos seguimos preguntando ¿en dónde dejamos al caballo? ¿cómo recuperamos nuestros equipos? ¿cómo le explicamos nuestra decisión al arriero?. Muy freak!!!

Para sorpresa nuestra, nuevamente la impresionante buena onda de Willy fue la salvación, vestido cual vaquero, se hace cargo del caballo y comienza a bajar cabalgando desde Valle Nevado. Mientras acompañábamos bajo la intensa lluvia a Willy, logramos comunicarnos con el arriero quien al saber nuestra decisión se indignó, ya que el andaba completamente a ciegas en el viento blanco y no sabía cuando llegaría y menos le gustó la noticia que nos llevábamos su caballo que él esperaba encontrar en Tres Puntas. Glup!!!

En sucesivas y entrecortadas comunicaciones logramos acordar con el arriero que dejaríamos al caballo sin montura en un cierto sitio en el camino, mientras lo alcanzaríamos en un sector de La Parva para retirar los equipos. Muchas horas pasaron¡¡¡

Finalmente, esta tremenda aventura, culminó con éxito, pues todos volvimos a casa sin daño, completamente mojados y con la certeza que volveremos a realizar esta aventura para acompañar a René al cerro El Plomo. Vivan los Malayos!!!

PD: dejo las fotos imperdibles de regalo para René y los invitados al disfrute.

 

Intentando La Leonera : buen aprendizaje

De un tiempo a la fecha, he estado relatando mis aventuras de novato en la montaña, especialmente con los entretenidos miembros del Club Los Malayos (http://www.malayos.cl/).

Este fin de semana, ibamos a intentar subir nuevamente el Cerro La Leonera (justo al lado del Cerro El Plomo), para lo cual nos juntamos el sábado pasadas las 9 de la mañana (por suerte no fue de madrugada esta vez) en Plaza Italia.

Tras una espera mediana, llegamos 8 personas al encuentro. Tres chicas y el resto varones, todos entusiastas deportistas de fin de semana. Esta vez nos embarcamos en un transporte escolar (una metáfora del proceso de aprendizaje, no creen?) y tras un par de horas de viaje llegamos a la parte más alta de La Parva, cerquita del último andarivel.

Allí, tras embetunarnos de bloqueador solar y poner nuestras mochilas en la espalda, iniciamos el largo camino hacia La Leonera.

No bien habíamos pasado el primer gran desafío, un ascenso por un cerro de acarreos desafiante, comenzó a sentirse un viento helado muy fuerte. Nos acompañaron las ráfagas gélidas casi todo el camino, mientras en el cielo se movían presurosas muchas nubes oscuras. Todo me hacía sentir que pasaba algo distinto a mi anterior incursión. Tuve que detenerme para abrigarme, ya que el frío se hacía notar. Me agregué dos capas de ropa y continué la travesía.

Poco rato después, el viento era tan intenso que hasta perdí el equilibrio un par de veces. La visibilidad se disminuyó ostensiblemente por la bruma que pasaba entre nosotros con gran rapidez. Sin amilanarnos continuamos hasta que nos acercamos a la explanada de Cancha de Carreras, en donde haríamos campamento.

No habíamos alcanzado a acomodarnos, apenas armada la carpa con mi cordada (mi simpatiquísimo compañero peruano Clever) cuando se puso a nevar. La verdad se puso muy helado y a pesar que había averiguado (internet mediante) que la isoterma cero estaría a 3.700 metros, no imaginé que el frío sería un gran tema en esta excursión. Estabamos en ese lugar a 4.200 metros de altura aproximadamente, nevando copiosamente y salvo las carpas, nada en donde protegerse.

En menos de una hora, el frío ya me hizo sentir insignificante, pues todo lo que yo había aprendido de capas de ropa y materiales técnicos se fue por la borda. Tenía puesto TODO lo que llevaba y estaba muerto de frío. Lo que vendría a entender mucho después que hay ropa y hay ropa, en buen chileno, malgasté dinero en ropa técnica de promesas y no realidades. (me dan ganas de hacer un pasquín denostando algunas tiendas, pero debo aceptar que la compra de un ignorante es tan mala como la venta de un embaucador).

Me metí en la carpa buscando guarecerme de las ráfagas de viento y allí comencé a comer frenético, necesitaba calorías pues la naturaleza, veleidosa, me las robaba con cada arremetida de viento. Lo cierto, es que guardando la calma con ayuda de mi mente entrenada, decidí abordar con humildad el trance. Terminé de comer, ejercité mis músculos buscando generar calor y me metí en mi saco para -20°c. Resultó tan decepcionante como un comercial, pues mis pies estaban helados, mis manos también y la sensación que me inundaba es que me estaba congelando. La temperatura exterior marcaba -4°c, pero con el terrible viento, la sensación térmica, era claramente mucho menor, quizás unos -15°c. Según algunas tablas que he consultado es posible que haya sido peor, pero para el caso, pague con creces mi ignorancia.

Fue una noche terrible, las ráfagas de viento levantaban la carpa y amenazaban en cada segundo romper o llevarse la carpa, nuestra pequeña guarida. Mi compañero se quejaba de frío y yo por pudor no dije nada, pero me moría de frío. Frotaba mis pies y manos tratando de generar calor y si bien lo conseguía, no duraba más que unos segundos. Varias veces durante esta noche vientos terribles, pensé que la carpa se hacía trizas y quedábamos botados en la noche para ser candidatos de una hipotermia galopante. Fue heavy.

Cerca de las 5 de la mañana, hora acordada para iniciar el ascenso a La Leonera, me di cuenta que era un suicidio salir y simplemente ignoré el tema, tal como lo hicimos casi todos. Como siempre hay alguien mejor preparado que estaba en condiciones de asumir el desafío, pero en este caso, estuvo solo en el proceso (lo siento por el gran malayo y amigo Hernán).

Cerca de las 7:30 horas somó el sol, más bien se sintió su agradable calor y decidí interrumpir mi insomnio gélido y salir fuera de la carpa. me puse a caminar y de a poco a entusiasmar a los demás a que tomáramos un buen y caliente café. Con buen ánimo y grandes ojeras, fueron saliendo todos de sus carpas y poco a poco, la noche quedó atrás y pudimos desayunar y bromear acerca de la tormenta en la cual estuvimos metidos esa noche.

Alrededor de las 10:30 horas desarmamos campamento y decidimos alcanzar a nuestros compañeros malayos que ascenderían domingueramente el cerro El Pintor. Así que caminamos y llegamos a tiempo para disfrutar una dieta malaya en la cumbre de El Pintor como corresponde. Deliciosos alimentos gourmet y mejor onda, para cerrar un capítulo que mejoraba ostensiblemente con el paso de las horas.

Aprendí mucho de esto, enfrentados a la naturaleza no somos nada, ropa técnica mediante (siempre que sea verdaderamente de calidad) podemos soliviantar algunos aspectos, pero al final, solo compensamos y tratamos de adivinar lo que en la profundidad es propio de la naturaleza que nos rodea. Nuestra soberbia tiene demasiados límites ante el universo poderoso de la montaña.

Con profunda humildad, espero estar mejor preparado para la próxima vez. Aplicaré de verdad algo que me enseño una persona increíble, no existe el frío, solo la mala ropa.