Matrimonio malayo : una experiencia inédita

Nunca o casi nunca respondo a las invitaciones a un matrimonio. Nada personal, pero no creo en este constructo artificioso de la sociedad capitalista y católica, eso del ladrillo de la sociedad (versión maniquea de la iglesia católica) siempre me ha resultado un sinónimo de continuidad consumista y funcional de un sistema decadente y en franco y acelerado deterioro.

Salvando todos mis prejuicios y acudiendo a mis cariños por quienes me pidieron participar, hoy rompí las reglas y asistí al matrimonio de dos seres deliciosos, dos malayos que conozco en muchas montañas y que me parecen especialmente adorables.

Temprano el sábado, busqué como podía hacerles un regalo adecuado y de paso elegir como vestir, ya que claramente mis elecciones estarían un poco fuera de foco con relación a las creencias más habituales.

Al final, decidí ser super concreto, escribí una nota con mis verdaderos sentimientos, puse unos billetes  en el mismo sobre como regalo útil y agarrando mi piolet partí a la boda. Llegué temprano, pero para sorpresa mía, ya había bastantes malayos, piolet en mano, esperando a los novios. Debo aclarar que estos novios viven en Polonia y que han venido a Chile solo a cumplir con este rito tempranamente preparado y que me parece especialmente tierno considerando que para Andrea y su familia es especialmente relevante y que para Luis,  es un rito social  para celebrar su amor.

Evidentemente, era imposible que todo el grandioso Club Malayo estuviera presente, ya son más de mil, que va!!. Por eso, estábamos los más viejos y cercanos a esta hermosa pareja que se construyó en muchos ascensos a montañas, en actos de solidaridad como cuando fuimos a Coliumo a trabajar tras el terremoto del 2010 y en tantas aventuras que hemos compartido. Esto explica porqué los malayos trajimos a la ceremonia nuestros  piolets, son un símbolo de lo que nos une y anima.

Debido a mi accidente en julio pasado, hace ya un tiempo que no veía a mis amigos y esta especial reunión fue muy propicia para saludarles y sentirme una vez más en mi entorno. No deja de asombrarme que debido a la enfermedad del padre de Luis, españoles ambos, la familia no podía estar presente y los malayos finalmente oficiamos como la familia del novio. Qué hermoso, ahí estábamos los malayos orgullosos de acompañar a esta pareja preciosa.

Como no acostumbro ir a matrimonios y menos consumarlos, el tiempo se dilató de manera escandalosa y cada minuto duraba horas, sin embargo, todo ocurrió y ahí estaba en una iglesia escuchando el pregón. Debo confesar que el cura resultó muy entretenido, muy inteligente hilvanó sus palabras con inteligencia, no cayó en la estúpida retórica católica y fue simplemente concreto y práctico. Sorprendido salí de esa iglesia, junto a mis compañeros malayos para crear un túnel de piolets con el cual saludamos a nuestra pareja de malayos en su nueva etapa. Todos deseamos que juntos puedan seguir disfrutando la belleza de las montañas, la vida  y los valores que hemos construido al alero de nuestro club.

El siguiente paso fue ir al club de campo en donde se haría la fiesta, en los faldeos de los cerros de La Reina, con una vista increíble (salvo por el maldito smog que opaca todo), nos encontramos nuevamente bebiendo deliciosos aperitivos y mejores appetizers, mientras esperábamos la llegada de los recién casados. Animadas conversaciones y menudas sorpresas también, ya que las chicas malayas vestidas de fiestas se ven más hermosas que en la montaña. Hay que reconocer que hubo bastante producción y que la ropa de montaña normalmente  no resalta la real belleza de estas muchachas.

Este almuerzo estuvo lleno de emociones, desde cuecas bailadas por los novios, pasando por diaporamas y preciosos discursos de familia y amigos, se configuró un rito que parece que habitualmente elijo perdérmelo, sin embargo, esta vez estoy muy contento de haber estado ahí.

Buena suerte Andrea y Luis, les deseamos lo mejor y que esta cordada que han creado y jurado para toda la vida, los lleve por muchas montañas y aventuras siempre bajo los principios y valores que todos los malayos compartimos.

Travesía Provincia – El Manzano : maravillosa aventura

Pasé muchos días esperando que el calendario me regalara esos tres días inhábiles que requería esta hermosa travesía por los cerros de la Cordillera Central y que me llevaría desde el cerro Provincia en la comuna de Las Condes hasta la zona de El Manzano en el Cajón del Maipo.

Organizado por un notable malayo, Gustavo, hubo muchos que se sintieron llamados a esta aventura, pero la cordura y un buen sentido de la seguridad permitió que el grupo fuera conformado por solo 23 entusiastas aventureros.

El día inicial y a la hora señalada, junto a mi gran amigo René y su nieto Nacho, llegamos al punto de encuentro en la entrada de San Carlos de Apoquindo. Equipados con todo el sobrepeso que nuestras espaldas pueden soportar (siempre es más de lo que recomiendan las reglas empíricas), poco a poco llegaron casi todos los malayos convocados.

Claramente esta aventura se constituiría en una de las travesías más numerosas que hemos realizado con los malayos y aunque a poco andar, mientras subíamos el cerro Provincia, se produjo un abandono por fatiga (hay que reconocer que no es fácil subir este cerro con carga), lo concreto que quienes continuarían lo harían hasta el final.

Cuando llegamos a Cancha Carrera, el frío comenzó a sentirse muy fuerte, estaba cayendo plumillas de nieve y la temperatura ambiente claramente había descendido mucho. El buen ánimo y sobretodo las ganas, nos llevaron a continuar el ascenso pues, a pesar de todo, estaba calculado que a todo evento llegaríamos con luz de día a la cumbre para hacer nuestro primer campamento.

Un frío intenso nos recibió en la cumbre y además de nuestro grupo, una interesante cantidad de otros excursionistas estaban en el lugar. Armamos campamento y comenzamos la rutina de hacer agua de la nieve para equiparnos para la siguiente jornada y para cocinar nuestra primera cena de la travesía. Con mi cordada, Pussy, preparé un rico puré al merkén con unas vienesas de pavo que saboreamos hasta el final, hambrientos y con mucho frío.

Muy temprano, ya estábamos arropados al interior de la carpa y nos dimos a la tarea de intentar dormir lo mejor posible tras la agotadora jornada. La vista desde la cumbre de Santiasco iluminado es formidable, dan ganas de estar siempre mirando desde esa altura y con la sensación extraordinaria de libertad que nos regala la montaña.

Temprano por la mañana, demasiado para mi gusto y con bastante frío (varios grados bajo cero), desayunamos de manera cómoda pues tuve la precaución de guardar agua caliente en mi termo y que se mantuvo muy bien durante toda la noche. Habiendo consumido una gran cantidad de calorías (ricas por cierto), nos dispusimos a desarmar campamento para iniciar la segunda jornada de nuestro viaje.

Dejamos el cerro Provincia y nos dirigimos al Morro El Tambor, un sendero muy claro y que sigue el curso de los filos de las montañas del sector. Varias horas de caminata con algunos descansos para incluir alimentos en nuestros cuerpos hasta llegar a las cercanías del desafiante San Ramón. Este cerro presenta una permanente ventolera de aire frío que a veces puede ser insoportable. Dejamos las mochilas y abrigados adecuadamente, nos fuimos por su cumbre.

Una vista excepcional, a pesar del viento implacable, nos permitió tomar muy lindas fotos de nuestro grupo. Me produce mucha alegría ser parte de un equipo tan espontáneo, buena onda y especialmente sano, lo cual se nota permanentemente en detalles deliciosos. Nadie discute los liderazgos, son naturales, todos en forma instantánea están dispuestos a ayudar a los demás, todos cooperan en mantener la armonía y alegría del grupo. En verdad, es demasiado grato, disfrutar la naturaleza en tan buena compañía.

Regresamos por nuestras mochilas y bajamos en dirección a Los Azules, buscando un lugar en donde cerrar nuestra segunda jornada con un campamento en donde recuperar energías y descansar. El lugar elegido, considerando cuanta luz de día quedaba y el cansancio del grupo, no fue el mejor pues el viento era implacable. Sin embargo, la buena onda primó y con maña fuimos capaces de armar las carpas a pesar del viento y mejor aún, hasta pudimos cocinar en condiciones absolutamente adversas. Esta noche, con mi cordada nos hicimos unos fideos caracoles con crema y atún, los cuales engullimos escondidos del viento en la carpa.

La segunda noche fue algo tortuosa, pues el viento nos azotó incesantemente, al punto que gran parte del tiempo el techo de la carpa nos golpeaba las caras. Evidentemente, fue difícil dormir en forma continua, pero igual descansamos lo suficiente como para retomar la travesía con muy buen ánimo.

Considerando el viento, decidimos que desayunar merecía un mejor lugar, así es que iniciamos tempranamente el descenso hacia la casa de un arriero, en donde sabíamos que encontraríamos agua y unas mesas en donde darnos un festejo.

En efecto, tras unas pocas horas, llegamos primero a un refugio abandonado (que ganas nos dieron de reconstruirlo en nombre de Los Malayos) y luego llegamos a la casa buscada en donde nos dimos maña para un banquete malayo de epopeya. Es divertido observar como de las mochilas salían delicias, jamón serrano, huevos, quesos, paltas y cuanta exquisitez se puedan imaginar. Ahí tomé contacto, una vez más, con el espíritu del grupo, había que pasarlo bien y todos dieron lo mejor para que eso fuera posible.

Desconozco como fuimos capaces de seguir la travesía después de comer tanto. Pues bien, continuamos la ruta, descendiendo e iniciando el cruce repetido del río, haciendo equilibrio en las rocas, improvisados puentes que todos salvamos sin complicaciones mayores. Perdí la cuenta de cuantos cruces de río realizamos, pero todos y cada uno de los integrantes del grupo lo conseguimos.

Hacia el final de la travesía, el bendito regalo de las empanadas y cervezas, que nos esperaban a la salida de El Manzano. Allí, previo aviso, nos tenían una provisión asombrosa de empanadas de pino, también de queso, para saciar toda el hambre acumulada. Un final de antología para una travesía maravillosa.

Unas fotos del recuerdo, para mis queridos malayos.

Cerro La Campana : un paseo filete

Esperaba con ansias la oportunidad de subir este hermoso cerro de la cordillera de la costa y que en tantas ocasiones he disfrutado con mis amigos del Club Malayo. Había que esperar las condiciones climáticas adecuadas y el cosmos jugó de nuestro lado, pues el día del ascenso fue perfecto.

A la hora acordada, llegué a mi punto de encuentro con quien viajaría hacia Tiltil, mi amigo René, quien ya venía acompañado con un miembro de su club de Toby. De ahí, rápidamente nos fuimos a buscar a una hija y una nieta, ambas llenas de entusiasmo por este lindo paseo.

En una estación de servicio de la carretera al norte, nos encontramos con el resto de los malayos, más de 40 madrugadores dispuestos a pasarlo bien. Tras la habitual espera de 10 minutos (no más), partimos en caravana hacia nuestro destino, el Parque Nacional La Campana.

Nos registramos en la portería, pagamos la entrada y al poco tiempo, ya estábamos caminando. Un sendero muy claro, que cruza un lindo bosque y poco a poco se interna en la espesura vegetal, que tanto nos gusta. Un día maravilloso, completamente veraniego, nos acompañó durante todo el trayecto. Contrario a lo que nos pasa en la mayoría de los paseos, hoy había mucha gente realizando el mismo ascenso al cerro, algo que me alegra mucho especialmente al comprobar que la mayoría es gente muy joven.

Paramos, tras un par de horas, en la zona de la mina de zinc para descansar y disfrutar de la sombra. Aquí divisamos un amistoso zorro de pequeño tamaño. Un animalito muy curioso y lamentablemente ya muy domesticado, pues descubrimos que lo que buscaba era que le diéramos comida.

El camino a continuación cambia drásticamente de pendiente y comienza a ponerse un poco pesado. De hecho, luego de cruzar otro lindo bosque enfrentamos la zona de rocas y acarreo, que desgasta harto el cuerpo, lo que no quita encanto a la excursión. Algo más de tres horas me costó llegar a la cumbre, en donde ya estaban unos 4  malayos, definitivamente veloces e invencibles.

Poco a poco llegaron gran parte de los que partimos horas atrás pues algunos decidieron quedarse en el camino. En todo caso, la instrucción fue muy clara, a cierta hora independientemente en donde estuviéramos debíamos iniciar el descenso.

Tras nuestra deliciosa costumbre de celebrar la cumbre con un banquete malayo, en donde todos compartimos exquisiteces de todo tipo, disfrutar del paisaje que nos permitía ver hacia la Cordillera de Los Andes al grandioso Aconcagua y mirando hacia la costa ver por primera vez (siempre nos había tocado muy nublado en los paseos anteriores) la playa de Concón y la bahía de Valparaíso. Un espectáculo grandioso!!!

En esta ocasión tomé el rol de cerrar al grupo, de manera de asegurar que todos llegáramos de vuelta. De esta forma, debí bajar bastante lento, lo que me permitió tomar fotografías que les comparto.

Una vez embarcados de regreso, cumplimos el rito de pasar a comer empanadas y hacer algunas ricas compras, especialmente esas maravillosas aceitunas, tortillas y quesos, que encontramos en una picada ya tradicional.

Que lindo paseo, filete de punta a cabo.

Expedición al Nevado de los Angeles: una maravilla conseguida con esfuerzo

Recibí invitación privada del grupo más aventurero de mi querido Club Malayo y no resistí la tentación de hacerme parte de una expedición única, explorar una nueva ruta para ir a un cerro muy poco visitado por la zona del Arrayán.

Acepté el desafío a pesar de haber estado un mes fuera de la montaña a causa de una gripe espantosa que después de 4 años incólume, me atacó sin piedad por demasiados días. Era un momento de verdad, una aventura que nos pondría a prueba.

La idea era ocupar los tres días de un fin de semana largo para llegar a la cumbre de este especial cerro de nuestra cordillera central. Salí de la pega bastante tarde, con el tiempo justo para armar mi mochila y alcanzar a dormir lo suficiente para acometer el desafiante trayecto. Nos juntamos a las 8:30 horas en el estacionamiento de un supermercado en Tobalaba, en donde encontré a la hermosa y talentosa malaya Gaby y que pronto se nos unirían el resto de los integrantes de esta aventura de 8 malayos deseosos de montaña.

Puntualmente, como acostumbramos, nos fuimos hacia el Santuario de la Naturaleza en El Arrayán, en donde comienzan a operar a las 9:00 horas, pagamos la entrada y estadía de los tres días a buen precio, una ventaja negociada por nuestro gran León, un malayo 4×4 que quiero como a un hermano.

Tras los preparativos habituales de crema protectora y demases, comenzamos a caminar desde el estacionamiento  hacia el lugar en que quedarían nuestras pesadas mochilas que León fue a dejar para ahorrarnos el esfuerzo. Poco antes de las 10 de la mañana de ese nublado sábado, iniciamos la expedición por un sendero que nos conduciría, en primer lugar a las curiosas termas de El Arrayán y luego hasta un bosque de pinos (que curioso) en donde hay una casa de arriero en donde regaloneamos a unos gatitos deliciosos. Naty y León, le llevaban pellets de regalo, que lindos ellos, cargaron comida para esos gatitos que habían conocido días atrás en un paseo de reconocimiento de la ruta.

De ahí en adelante fueron largas horas de caminata y con un gran peso en nuestras mochilas, de hecho yo llevaba 23 kilos en la espalda, a pesar de toda mi experiencia reduciendo pesos, entre carpa, ropa, utensilios, comida, agua y un etcétera interminable (hay que estar preparado para muchos escenarios), no logré bajar más el peso.

Tras unas 9 horas de caminata, uno de nuestros compañeros decide abandonar la expedición, estaba reventado y a pesar de nuestra insistencia, finalmente lo dejamos al lado de un río para que hiciera campamento y esperara nuestro regreso. Continuamos caminando hasta que comenzó a oscurecer y no alcanzamos a llegar adonde habíamos planificado, pero encontramos un buen plano en donde hacer campamento tras más de  11 horas de caminata. Una noche perfecta, de luna llena y buena temperatura fue el marco para nuestra primera noche de montaña.

Preparamos nuestra cena, había necesidad de muchas calorías, ante de dormir. Me preparé una sopa de crema de tomates y albahaca, luego un arroz mexicano que estaba más picante de lo que deseaba y concluí con un gran café torrado. Poco después, probé un rico vodka con berries que León compartió. Gastamos varias horas en hacer agua a partir de la nieve, pues no había otra fuente disponible y la necesitaríamos el día de cumbre.

Tuve que incluir en mi carpa a un simpático malayo, Cristián,  cuya cordada quedó en el camino así que nos adaptamos al espacio reducido que compartiríamos, previa advertencia que se pusiera tapones en los oídos para que no sufriera mis ronquidos (por eso prefiero dormir solo en campamento).

Pasadas las 6 de la mañana del domingo nos despertamos para desayunar ya que a las 7:30 horas debíamos comenzar el ataque hacia la lejana cumbre de este cerro. Una buena dosis de carbohidratos, buen café y una mochila bastante más liviana, solo con lo necesario para el día de cumbre.

Una caminata de casi 8 horas nos llevó finalmente, tras varias subidas y bajadas de cerros intermedios hasta la cumbre del Nevado de los Ángeles, adonde llegamos definitivamente agotados, fue un esfuerzo extremo que se notaba en nuestras caras y cuerpos, pero estábamos felices, todos llegamos a la cumbre y disfrutamos de una vista excepcional del cordón montañoso en donde teníamos visión del cerro El Plomo hasta el Aconcagua, desde el Conchalí hasta el Alto Hotel, que maravilla!!

Cuando estábamos en la cumbre, tuve la loca idea de usar la radio y preguntar si habían malayos en esa frecuencia (7.7) y para regocijo de todos me responden, «los malayos estamos en todas las frecuencias». Eran los malayos que ese domingo habían ascendido al Conchalí, el paseo oficial de la semana. Que deliciosa coincidencia!!

Después de alimentarnos, iniciamos el descenso y tras unos 20 minutos constatamos que nos habíamos extraviado, así que usando el GPS de León, logramos enrutarnos correctamente de nuevo. Fueron 4 horas de descenso hasta el campamento, un esfuerzo potente para nuestras cansadas rodillas. Antes de llegar al campamento, cargamos nieve en bolsas para hacer agua, ya que la necesitaríamos para la merecida cena.

Otra noche de campamento,me cociné un rico puré con cubitos de atún y aceitunas y un gran café para calentar el cuerpo. El clima cambió repentinamente, se puso muy helado y esa noche pude dormir muy poco, pues el viento fue implacable durante toda la noche. Gran parte del tiempo lo pasé retirando el techo de mi carpa de mi cara, el viento nos aplastaba implacablemente.

Desayunamos ávidamente, desarmamos el campamento y ese lunes feriado, iniciamos el regreso a mitad de la mañana. Fue una caminata rápida que nos condujo hasta donde habíamos dejado a nuestro compañero, quien nos dejó una nota indicando que había decidido regresar antes a Santiasco. Pasamos a visitar a los gatitos regalones y horas después nos detuvimos en las termas del Arrayán a descansar.

De regreso al estacionamiento, cerca de las 16 horas, pudimos constatar que pese al cansancio y las ampollas en los piés, habíamos cumplido nuestra meta. Felices nos despedimos y regresamos a nuestros hogares, la aventura había concluído. Dejé unas fotos para el recuerdo.

Una salida Malaya muy especial: venciendo al clima

Durante la semana me llegó la invitación para ascender un cerro que no he visitado aún, me refiero al Purgatorio. Un cerro cuyo nombre es un reflejo del esfuerzo que puede significar y que se ve especialmente aliviado cuando ya existe nieve, algo ausente de la mayoría de los cerros en esta época de sequía y de clima tan extraño.

Un día antes del paseo y ante un pronóstico reiterado de lluvia, decidí que mojarme en cerro conocido era mucho mejor que en un cerro por conocer y comuniqué a mis amigos que iría con los Malayos al Cerro Carpa.

Domingo 6 AM. Comienza la jornada preparando con rapidez mi mochila para estar a tiempo a las 7 AM en el punto de reunión, en donde me pasaría a buscar René, un gran amigo malayo. Una vez que recogimos al gran David, nos fuimos hacia el punto definido al final de Av. La Dehesa en donde esperábamos encontrar al resto de Malayos. Fue un tanto sorprendente notar que el pronóstico del clima hizo estragos en nuestro Club, ya que solo llegaron 15 Malayos al desafío. Debo indicar que en los últimos paseos nunca bajamos de 40 asistentes, por lo que quedamos muy sorprendidos.

Bueno, nunca ha sido un problema la asistencia, recuerdo paseos con tres malayos y otros con 70 integrantes, así que nos preparamos para iniciar nuestro paseo. El cielo amenazador y un frío que cada vez se intensificaba más. Sin embargo, el esfuerzo del ascenso pronto nos puso en estado calórico y debimos detenernos a sacarnos algo de ropa para continuar.

Cuando ya llevábamos algo más de una hora de ascenso, el cielo bastante ennegrecido nos arrojó una ventolera de miedo, varias veces perdí el equilibrio y comenzó una fina lluvia, preludio de todo lo que vendría. En ese punto 5 malayos que no contaban con la ropa adecuada para seguir o bien no quisieron arriesgar un resfrío, decidieron retornar. El resto, añadimos una tercera capa a nuestra vestimenta y nos decidimos hacer frente al clima y seguir la marcha.

En la medida que el frío seguía lastimándonos y las ráfagas de viento arreciaban, nos establecimos metas intermedias para que nos sirviera de aliento y sentir que todo este esfuerzo seguía siendo divertido y que valiese la pena.

Decidimos que llegar al Portezuelo era alcanzable y a medida que seguíamos ascendiendo, nos pareció que nada nos detendría hasta que llegáramos por lo menos al Cerro Conchalí. Y así fue, aunque intenté que algunos se sumaran a continuar un poquito más, la verdad es que era suficiente y el Conchalí era una meta adecuada para las condiciones climáticas. la verdad es que estaba muy frío y cuando ya todos habían llegado a la cima, se largó a nevar, con lo cual debimos acelerar nuestro menú malayo para poder bajar. Un menú extraordinario como siempre, con chocolates, turrón, maní al ciboulette y otras delicias comestibles, además de rico té con diversas preparaciones.

El viento y la nieve nos obligaron a bajar con tiempo apenas suficiente para las fotos de rigor y anotarnos en el cuaderno de cumbre que otro Club dejó para la posteridad en una caja metálica. Dejamos nuestros nombres y el de nuestro Club Malayo como corresponde y comenzamos el descenso.

Contra todo pronóstico, a medida que bajábamos, el tiempo comenzó a ser más benigno y ya a la mitad del recorrido nos habíamos despojado de nuestra tercera capa y algunos, de hecho, íbamos solo con lo indispensable ya que el calor corporal comenzaba a notarse.

Alrededor de las 15 horas ya estábamos de regreso y tras los abrazos y despedidas, volvimos a nuestros hogares, orgullosos y contentos por haber vencido una vez más la comodidad y las penurias de un mal clima, para cumplir nuestro dichoso rito de ir a la montaña a limpiar el alma y los pulmones una vez por semana.

Gran paseo malayo!!!

Ascenso masivo al Cerro Abanico : nueva proeza malaya

Cuando se trata de subir cerros es habitual que sean grupos de amigos poco numerosos, sin embargo, cuando se trata de una invitación del Club Malayos, esto se transforma en multitud. No ha pasado mucho tiempo desde que una travesía por el Parque La Campana (Palmas de Ocoa) convocó a 60 malayos y batimos nuestro récord histórico. Pero todavía había opción de seguir aspirando a nuevas marcas, pues el Club ya tiene más de 600 miembros.

A veces me asusta la masividad de nuestras salidas, pues da la sensación de un caos ordenado solo por la buena onda del grupo y la paciencia de algunos veteranos más la ayuda de la tecnología (radios y GPS), ya que en cada salida siempre hay un porcentaje de novatos, que tenemos que asegurar que lleguen sanos y salvos de regreso a casa.

La cita puntual era a las 8 horas en las afueras de la Universidad Adolfo Ibañez en Peñalolén. Una fila interminable de vehículos que tardó más de media hora en ingresar a los estacionamientos y comprobar que eramos más de 70 malayos dispuestos a disfrutar un día de montaña.

Una mañana algo fría y nublada, pero pletórica de entusiasmo, especialmente de un buen contingente de nuevos miembros en su primera salida con el Club. Nos organizamos en tres cordadas bajo el criterio de ritmos, rápidos, medios y lentos, en donde cada cual se unió a la cordada más compatible.

Una primera parte muy desordenada, pues hay una enorme cantidad de senderos y vegetación que hacen dificil la orientación, pero tras la primera media hora ya estábamos en la ruta correcta. Este es un cerro que se puede hacer en unas 4 horas, pero en esta oportunidad, el grupo de avanzada lo logró en tres horas, toda una marca.

La cumbre se fue poblando hasta la saturación en la medida que más y más malayos llegaban a ella. Debe ser sin dudas, la ocasión en que mayor número de personas ha llegado a una cumbre en la historia malaya. Un gran acierto!!

El menú malayo contó como ya es habitual con el aporte de varios buenos malayos, una botella de buen merlot, aceitunas rellenas con anchoas, granos de uvas, variedades de quesos y otras tantas delicias donde por supuesto no faltó el café y turrón, aporte siempre esperado de nuestro gran David.

La bajada fue vertiginosa, excepto para los que nos quedamos asegurando el retorno de los más lentos y algunos extraviados. Como sea, nos fuimos a casa a una hora excelente, con tiempo para disfrutar algo más este día.

Nueva marca malaya, bienvenidos a la era de la multitud montañera!!

Travesía Altos del Lircay a Siete Tazas : maravilloso paseo

Por casualidad me enteré pocos días atrás que algunos malayos estaban organizando una travesía por la VII Región, un trekking de montaña que cruzaría desde el Parque Nacional Altos del Lircay hasta el Parque Inglés y las deliciosas Siete Tazas, maravilla de la naturaleza prodigiosa en la zona del Maule.

Claramente era un imperdible para mis disfrutes de montaña y rápidamente adherí al desafío. Un total de 19 entusiastas amantes de la naturaleza y la aventura nos inscribimos y sobreviviendo a  intensos días de jornadas laborales brutales, me encontré armando mi mochila a medianoche de un jueves santo para levantarme a las 4 am de un viernes reputadamente santo para algunos y comienzo de una gran aventura en la madre naturaleza para nosotros.

5 am en punto, prácticamente todos estábamos en el punto de encuentro para abordar los vehículos que nos trasladarían hacia el Parque Altos del Lircay, una reserva nacional en la zona de Talca. Considerando las pocas horas de sueño, gran parte del camino dormité intermitentemente, observando que mientras aclaraba la mañana comenzaba a llover. De pronto, convencido que no había pegado pestañas, me encontré en un camino rural y la lluvia era de pronto una nevazón. Así partía nuestra aventura, con una tremenda nevada que sería fuente de los más hermosos paisajes que hasta ahora mis ojos registran este 2011.

En el camino recogimos a dos integrantes del equipo, quienes bajo la lluvia esperaban bien equipados, el paso de nuestra pequeña caravana. Uno de ellos, Pepe, un veterano de 72 años no dejó de sorprenderme, pues era compañero de infancia de uno de nuestros malayos notables cuya edad física (70 años) no se condice con su extraordinario estado físico y delicioso buen humor.

Una vez que ingresamos a la Reserva Altos del Lircay, bajo la incesante nevazón, tuvimos que vestirnos para la ocasión. Por suerte, todos estaban advertidos de la «probable llovizna» que anticipó Ricardo (el metereólogo ‘mula’  del equipo, siempre gran valor!!!).

Ya estábamos ahí, solo había que seguir adelante con todo el entusiasmo que siempre nos anima. Comenzamos a caminar, ya cerca del mediodía, pagamos la entrada al Parque y comenzó la aventura!!

Los paisajes maravillosos de un bosque nevado, el silencio y la quietud de una naturaleza que reposa extasiada en la nobleza del blanco eterno, fue nuestro acompañamiento virtuoso mientras caminábamos adentrándanos en la cordillera. Un momento delicioso fue cuando sentí unos sonidos extraños que repentinamente  se transformaron en las imagenes de unos preciosos pájaros carpinteros picoteando en uno de los innumerables árboles del parque y extasiados, nos dispusimos a buscar los mejores ángulos para fotografiar esa rutina cordial de estos hermosos pájaros que con su cabeza roja y cuerpo negro resaltaban en la hermosura blanca del bosque.

Caminamos incesantemente hasta que la luz natural nos acompañó y el frío nos advertía que era necesario hacer campamento. Aplanando un poco la nieve y colocando plásticos, montamos nuestras carpas y junto a mi cordada, Eduardo, iniciamos el ritual de preparar una buena y reponedora cena una vez que guardamos nuestras cosas bajo la carpa. Una sopa de crema de champiñones bien caliente para reponer el calor (la temperatura ambiental estaba a nivel cero), luego preparé un couscous mediterráneo con cubos de atún salteados en aceite de olivas, con lo cual saludamos la noche con sabores exquisitos y muy merecidos. No pasaba de las 22 horas y ya estábamos listos para dormir y recuperar fuerzas pues la jornada siguiente sería dura, se avizoraban  muchos e interminables ascensos y descensos por la cordillera.

Temprano, pero no demasiado, despertamos con un día maravilloso, de esplendoroso sol y un cielo azul sin nube alguna. Por el frío tremendo que vivimos esa noche, tuvimos la primera baja del equipo. Pepe, veterano montañista toma la decisión de devolverse, en esta ocasión no estaba en condiciones de seguir y tras las coordinaciones pertinentes, se queda en el campamento para regresar hacia Altos del Lircay mientras el resto de nosotros emprendía la caminata según lo acordado.

Fue un día intenso, demasiado, me vi obligado a forzar la marcha del grupo cuando constataba que mientras no salieramos de las pendientes sería imposible acampar. Con la complicidad del gran León, fuimos fijando metas de avance, una tras otras, hasta que al borde del crepúsculo, fuimos capaces de llegar al bosque en el valle en donde era posible armar campamento. Fueron 10 horas de marcha sin almuerzo, solo con nuestras raciones de marcha por una interminable secuencia de subidas y bajadas de cerros y sobretodo venciendo el temor de estar equivocados con la ruta, ya que en varias ocasiones, la ruta del GPS no respondía a la intuición y de verdad pensé que ibamos en la dirección contraria. Es necesario aclarar que con 30 cm de nieve no es fácil ver senderos ni mucho menos.

En un lindo bosque de robles, armamos nuestro segundo campamento. A estas alturas, uno de nuestros malayos iba lesionado en una rodilla y eso retrasó a la retaguardia un tanto, pero finalmente todos pudimos llegar y concentrarnos mientras oscurecía la noche en el campamento.

Lo rico era saber que ya estabamos en la parte de la travesía en que ya no habría ascensos de cerros y que seguiamos juntos y en condiciones de continuar la aventura. Esta noche, con mi cordada partimos por disfrutar una rica sopa de fideos y pollo y una deliciosa botella de vino, la que alcanzó para varios improvisados contertulios. Luego preparé un puré de papas al ciboulette con salame italiano, deliciosos (al menos no sobró nada), mientras conversábamos bajo una nube de estrellas en un cielo perfecto.

Nos fuimos a dormir cerca de las 23 horas, con poco frío por suerte y con la esperanza que se pudiera secar la ropa y el equipamiento absolutamente sobrepasado en sus especificaciones tras 10 horas de caminar por tanta nieve. Mis botas de montaña chapoteaban en su interior, por primera vez viví el constatar que mi equipamiento fue superado ampliamente por la naturaleza.

7 de la mañana, comenzamos a preparar desayuno y a derretir nieve para asegurar una provisión de agua para una nueva jornada de intensa caminata. Hoy era el día final y había que asegurar que todo el grupo llegáramos sano y salvo al destino. A menos de 100 metros del campamento que abandonábamos descubrimos que había un río, me sentí muy torpe considerando el tiempo que gastamos en hacer agua de la nieve, cuando había en abundancia de agua tan cerca. Bueno, un aprendizaje más.

Caminamos hartos kilómetros mientras ingresábamos al Parque Inglés rumbo a Siete Tazas, que hermoso paisaje, es impagable tanta belleza, cruzamos varios riachuelos y tomamos muchas fotografías. Finalmente, hacia las 14 horas del domingo, llegamos a nuestro destino, en donde nuestro transporte nos esperaba. Un momento mágico, la alegría de haber cumplido nuestra misión, el éxtasis de haber vencido nuestras miserables limitaciones corporales y haber gozado solo naturaleza salvaje por tres días, que maravilla!!

Contentos y desbordantes compramos cervezas heladas y bebimos la alegría, acomodamos nuestro equipaje y nos fuimos a Siete Tazas, a minutos de distancia con el único objetivo de disfrutar la maravilla que la naturaleza prodigiosa de nuestro lindo país nos regala. Hermosas fotos tomamos en este celestial lugar y luego partimos de regreso considerando que cumpliríamos la promesa de pasar al Juan y Medio en Rosario.

Maldito taco que nos retrasó horas, pero nada nos impediría cumplir nuestros sueños y llegamos finalmente a cenar al lugar elegido. En el viaje, solo para entreternos, conversamos de cuanto tema era posible y hasta fuimos testigos del nacimientro de una nueva religión, el Gabrielismo, su ‘santa referencia’ viajaba a mi lado, quedamos expectantes acerca de la posibilidades futuras que nuestra  malaya Gaby desarrollará en su cometido apostólico. Me recuerda tanto el candor juvenil de L.

La cena abundante, pantagruélica y exquisita, nos dejo listos para dormir en el resto del viaje hasta santiasco. De hecho, solo desperté un par de veces para constatar que seguiamos en un taco horroroso, aunque no era problema, despues de todo habíamos cumplido un gran deseo y las sonrisas en nuestra caras nos delataban permanentemente, que bien lo habiamos pasado!!

Qué gran  paseo, qué lindo grupo, los Malayos en acción una vez más!!!

Horcón de Piedra : gran aventura

Visitar esta zona cercana a la Laguna de Aculeo y hacer trekking por casi 12 horas fue un desafío que 45 malayos aceptaron. Siempre me pregunto si algún día se agotará la energía de mi querido club pues a todos los desafíos llega una multitud de entusiastas y buenas personas.

Un despertar muy de amanecida, pues debía estar en mi punto de encuentro a las 6:35 horas. Puntualmente apareció un nuevo malayo y una vieja amistad al mismo tiempo, de hecho nos conocemos del tie,mpo en que trabajábamos en nuestras tesis en la universidad. Cómo pasan los años y podemos reencontrarnos en algo tan disfrutable como un paseo malayo!!.

Llegamos al punto de encuentro general en la carretera y de ahí nos dirigimos hacia Altos de Cantillana, una reserva natural privada, algo novedoso para nuestras habituales salidas.  La fundación a cargo, posee 10 mil hectáreas de esta zona mediterránea con gran biodiversidad y hermosos paisajes.

Bien planificado como siempre por el gran David, tendríamos un paseo en dos etapas, de manera que de acuerdo al estado físico e interés de los participantes se podría llegar hasta las Pozas de Las Canchas, un lugar delicioso para descansar e incluso darse un baño en aguas cristalinas y el resto poder seguir hasta la cumbre del Horcón de Piedra.

Fue una jornada agotadora para quienes seguimos hacia la cumbre, ya que dejando la zona de Las Canchas, el camino se pone muy pesado y son hartos kilometros de subida. No obstante ello, 20 malayos alcanzamos la cumbre y disfrutamos el menú malayo, el rito gozoso de compartir un rico almuerzo en la cumbre.

Luego de un breve descando iniciamos el regreso, lo que normalmente se siente demasiado extenso, demasiado. Sin embargo, la sonrisa y el estado de felicidad no se amilana a pesar del cansancio evidente de todos nosotros.

Lindo paseo y hermoso lugar. Dejo fotos para el recuerdo.

Ascenso al Cerro Manchón : una prueba de resistencia

He subido muchos cerros de nuestra maravillosa cordillera y si algo he aprendido es que cada uno sube su propio desafío, su propio cerro y su propia historia.

El Cerro Manchón es un cerro de mediana altura (algo más de 3.700 metros), pero desde el punto de inicio a la cumbre hay un gran desnivel y es casi seguro que toma cinco horas de subida permanente. El premio, si el clima lo permite, es conseguir una vista privilegiada a muchos cerros del cordón montañoso, incluido el cerro El Plomo.

Partí mi desafío muy temprano ya que a las 6 AM estaba en pié preparando mi mochila y suministros para un largo día de montaña. Un radiotaxi me dejó un poco antes de las 7 Am en el lugar de encuentro, al cual llegaríamos 24 malayos entusiastas. Siguiendo las reglas del Club Malayos, a las 7:10 horas comenzamos el viaje hacia el punto de inicio del sendero que lleva a nuestro objetivo.

Puesto en palabras simples, este es un recorrido permanentemente en subida, no hay zonas planas y tampoco hay senderos relevantes, por lo que el esfuerzo que requiere es importante. Debo reconocer que ya a la mitad del camino, tenía los músculos de las piernas agotados y debí hacer elongaciones en varias oportunidades. A partir de cierto punto, el proceso dejó de ser fuerza física, simplemente se transformó en un desafío para la mente. Efectivamente, no todos pudimos llegar a la cumbre (solo 16), la mayoría un tanto adoloridos pero contentos por el logro, vencerse a uno mismo es muy gratificante y especialmente cuando el premio es un menú malayo.

La naturaleza nos tapó la vista que esperábamos conseguir, ya que mientras ascendíamos un gran bloque de nubes se apoderó de la cumbre y la visibilidad quedó en el mínimo. En cualquier caso, la tabla de quesos, las ricas aceitunas rellenas las finas hierbas y otras con anchoas, los chocolates y otras delicias nos dieron el toque de placer que nos hace disfrutar cada fin de semana en la montaña.

Un caso digno de estudio fue un chico adolescente para quién ésta era su primera salida y que no solo llegó a la cumbre feliz sino que luego bajó después corriendo, estaba maravillado y parecía que no se cansaba nunca. Adivino que engolosinado con el descubrimiento del goce de la montaña usó toda su energía juvenil en disfrutarlo todo sin medida, ya lo veo convertido en un nuevo fanático de la montaña, un nuevo malayo.

De regreso en santiasco, de verdad que estaba muy cansado, pero no lo suficiente como para no disfrutar una rica cena. Tras una prolongada ducha caliente, salí a buscar un sitio en donde darme un gusto. Así encontré abierto el restoran Bavaria, en donde a pesar de su reducida y especializada carta de carnes, encontré algo digno de mi ansiedad por proteínas y sabores.

Partí con una palta cardenal, palta rellena de camarones sobre un rico nido de lechugas tiernas. Luego una escalopa Bavaria, la contundente escalopa rellena de jamón y queso, acompañada de papas fritas y huevo frito. Una bomba que me haría recuperar energías con la compañía sabrosa de un Cabernet Sauvignon Reserva 2009 de Santa Emiliana.

Ya recompuesto y agradado con mi cuerpo, me pedí un café helado para cerrar este día en que enfrenté mis propias limitaciones y mi capacidad de hacerles frente. Dejo de regalo algunas fotos del paseo.

Buen aprendizaje!!

Disfrutando febrero en Santiasco

El día comenzó muy temprano, pues había paseo a la montaña con mis amigos malayos. A las 6:30 horas preparé la mochila con lo necesario, cargué mi cámara fotográfica y estuve justo a tiempo para tomar el radiotaxi que coordiné la noche anterior y que me conduciría al punto de encuentro con el club en el kilómetro cero de farellones.

Veinte y tres malayos acudimos a la cita y fieles a nuestras reglas, esperamos 10 minutos y salimos rumbo a nuestro destino, el cerro Canoitas. Este es un paseo de montaña de baja dificultad y por ello imagino que tuvimos la presencia de varios malayos en su primera salida.

Canoitas es mucho más agradable cuando esta nevado, ya que en verano el calor se hace sentir. No obstante ello, con el habitual entusiasmo y buena onda, fuimos avanzando por los distintos y hermosos paisajes de esta zona. En esta ocasión yo asumí la función de cerrar la columna, es decir, asegurar que todos los malayos avanzaran y no se extraviaran en el ascenso. Este rol no siempre es bienvenido, ya que implica caminar al ritmo del más lento y a practicar tus mejores dotes de coaching, para entusiasmar a los cansados o más lentos a seguir adelante.

A pesar de mi esfuerzo, a la hora de camino, una chica no dió más de agotamiento, unos nuevos remedios que había comenzado a usar, le juegan una mala pasada y la tuve que ubicar en un lugar de buena visibilidad y con acceso a sombra, con la instrucción de esperar nuestro retorno. Marqué su posición en el gps y seguimos con resto del grupo. tras otra hora y fracción, una pareja muy jovencita, también deciden quedarse hasta ahí y esperar nuestro regreso. Pues bien, otra marca en el gps y seguimos hacia la cumbre.

Instalados ya en nuestro destino, nos dedicamos a nuestro mejor rito, esto es, disfrutar el menú malayo. Por tratarse de un paseo corto y con la posibilidad de regresar a buena hora para almorzar en familia, el despliegue de delicias fue mucho menor que en otras ocasiones, pero con la misma generosidad y buen gusto. De hecho, entre otras cosas, accedí a un exquisito sandwich de carne mechada y tomate en pan ciabatta, un notable ejemplo gourmet.

Tras la consabida fotografía de cumbre, pasé el gps a quien iría en punta para que recogieramos a los malayos que dejamos en el camino e iniciamos el regreso. Una bajada muy rápida para llegar al estacionamiento con los 23 malayos contentos de haber disfrutado un día de montaña. Aquí unas fotos del paseo.

De regreso en casa, tras una deliciosa ducha y cerca de las 16:30 horas, decidí salir a buscar un buen restoran para ese tardío almuerzo. Son pocos los lugares que mantienen la cocina abierta a esa hora, por lo que me fui a la segura hacia el Sacsayhuaman, un lugar de sabrosa comida peruana.

Solo quedaba un par de comensales en etapa de sobremesa, así es que me apresuré a ordenar. Partí con un pisco sour peruano para disfrutar un ceviche tropical, corvina trozada, pulpo, calamares y camarones con frutillas, piña y  mango, cebolla morada y unos toques de albahaca. Exquisito y enorme plato.

Para los fondos, me atreví con una corvina con una crema de alcachofas, salteado de champiñones flameados y dos enormes papas duquesa. Agregué de la exigua carta de vinos, una botella de carmenere Casillero del Diablo, que estuvo bastante bien. Un almuerzo tremendo, ricos sabores y muy buena terraza para almorzar.

Regresé a casa justo a tiempo para encontrarme con un pintor amigo, Hijo Ra, un talentoso artista y como muchos, tratando de sobrevivir de su arte. Me llevaba unas pinturas de su nueva serie y algunas anteriores, con lo cual además de una larga y maravillosa conversación sobre arte, poesía, filosofía, crecimiento personal y un largo etcétera, fui eligiendo varias piezas que me maravillaron y que gustoso le compré. Así nos ayudamos mutuamente y pasamos unas gratas horas juntos. ¿cuando habrá en nuestro país más opciones para gente tan talentosa?

Más tarde, aproveché de ver una película y finalmente me quedé dormido con tantos disfrutes.