Expedición al Nevado de los Angeles: una maravilla conseguida con esfuerzo

Recibí invitación privada del grupo más aventurero de mi querido Club Malayo y no resistí la tentación de hacerme parte de una expedición única, explorar una nueva ruta para ir a un cerro muy poco visitado por la zona del Arrayán.

Acepté el desafío a pesar de haber estado un mes fuera de la montaña a causa de una gripe espantosa que después de 4 años incólume, me atacó sin piedad por demasiados días. Era un momento de verdad, una aventura que nos pondría a prueba.

La idea era ocupar los tres días de un fin de semana largo para llegar a la cumbre de este especial cerro de nuestra cordillera central. Salí de la pega bastante tarde, con el tiempo justo para armar mi mochila y alcanzar a dormir lo suficiente para acometer el desafiante trayecto. Nos juntamos a las 8:30 horas en el estacionamiento de un supermercado en Tobalaba, en donde encontré a la hermosa y talentosa malaya Gaby y que pronto se nos unirían el resto de los integrantes de esta aventura de 8 malayos deseosos de montaña.

Puntualmente, como acostumbramos, nos fuimos hacia el Santuario de la Naturaleza en El Arrayán, en donde comienzan a operar a las 9:00 horas, pagamos la entrada y estadía de los tres días a buen precio, una ventaja negociada por nuestro gran León, un malayo 4×4 que quiero como a un hermano.

Tras los preparativos habituales de crema protectora y demases, comenzamos a caminar desde el estacionamiento  hacia el lugar en que quedarían nuestras pesadas mochilas que León fue a dejar para ahorrarnos el esfuerzo. Poco antes de las 10 de la mañana de ese nublado sábado, iniciamos la expedición por un sendero que nos conduciría, en primer lugar a las curiosas termas de El Arrayán y luego hasta un bosque de pinos (que curioso) en donde hay una casa de arriero en donde regaloneamos a unos gatitos deliciosos. Naty y León, le llevaban pellets de regalo, que lindos ellos, cargaron comida para esos gatitos que habían conocido días atrás en un paseo de reconocimiento de la ruta.

De ahí en adelante fueron largas horas de caminata y con un gran peso en nuestras mochilas, de hecho yo llevaba 23 kilos en la espalda, a pesar de toda mi experiencia reduciendo pesos, entre carpa, ropa, utensilios, comida, agua y un etcétera interminable (hay que estar preparado para muchos escenarios), no logré bajar más el peso.

Tras unas 9 horas de caminata, uno de nuestros compañeros decide abandonar la expedición, estaba reventado y a pesar de nuestra insistencia, finalmente lo dejamos al lado de un río para que hiciera campamento y esperara nuestro regreso. Continuamos caminando hasta que comenzó a oscurecer y no alcanzamos a llegar adonde habíamos planificado, pero encontramos un buen plano en donde hacer campamento tras más de  11 horas de caminata. Una noche perfecta, de luna llena y buena temperatura fue el marco para nuestra primera noche de montaña.

Preparamos nuestra cena, había necesidad de muchas calorías, ante de dormir. Me preparé una sopa de crema de tomates y albahaca, luego un arroz mexicano que estaba más picante de lo que deseaba y concluí con un gran café torrado. Poco después, probé un rico vodka con berries que León compartió. Gastamos varias horas en hacer agua a partir de la nieve, pues no había otra fuente disponible y la necesitaríamos el día de cumbre.

Tuve que incluir en mi carpa a un simpático malayo, Cristián,  cuya cordada quedó en el camino así que nos adaptamos al espacio reducido que compartiríamos, previa advertencia que se pusiera tapones en los oídos para que no sufriera mis ronquidos (por eso prefiero dormir solo en campamento).

Pasadas las 6 de la mañana del domingo nos despertamos para desayunar ya que a las 7:30 horas debíamos comenzar el ataque hacia la lejana cumbre de este cerro. Una buena dosis de carbohidratos, buen café y una mochila bastante más liviana, solo con lo necesario para el día de cumbre.

Una caminata de casi 8 horas nos llevó finalmente, tras varias subidas y bajadas de cerros intermedios hasta la cumbre del Nevado de los Ángeles, adonde llegamos definitivamente agotados, fue un esfuerzo extremo que se notaba en nuestras caras y cuerpos, pero estábamos felices, todos llegamos a la cumbre y disfrutamos de una vista excepcional del cordón montañoso en donde teníamos visión del cerro El Plomo hasta el Aconcagua, desde el Conchalí hasta el Alto Hotel, que maravilla!!

Cuando estábamos en la cumbre, tuve la loca idea de usar la radio y preguntar si habían malayos en esa frecuencia (7.7) y para regocijo de todos me responden, «los malayos estamos en todas las frecuencias». Eran los malayos que ese domingo habían ascendido al Conchalí, el paseo oficial de la semana. Que deliciosa coincidencia!!

Después de alimentarnos, iniciamos el descenso y tras unos 20 minutos constatamos que nos habíamos extraviado, así que usando el GPS de León, logramos enrutarnos correctamente de nuevo. Fueron 4 horas de descenso hasta el campamento, un esfuerzo potente para nuestras cansadas rodillas. Antes de llegar al campamento, cargamos nieve en bolsas para hacer agua, ya que la necesitaríamos para la merecida cena.

Otra noche de campamento,me cociné un rico puré con cubitos de atún y aceitunas y un gran café para calentar el cuerpo. El clima cambió repentinamente, se puso muy helado y esa noche pude dormir muy poco, pues el viento fue implacable durante toda la noche. Gran parte del tiempo lo pasé retirando el techo de mi carpa de mi cara, el viento nos aplastaba implacablemente.

Desayunamos ávidamente, desarmamos el campamento y ese lunes feriado, iniciamos el regreso a mitad de la mañana. Fue una caminata rápida que nos condujo hasta donde habíamos dejado a nuestro compañero, quien nos dejó una nota indicando que había decidido regresar antes a Santiasco. Pasamos a visitar a los gatitos regalones y horas después nos detuvimos en las termas del Arrayán a descansar.

De regreso al estacionamiento, cerca de las 16 horas, pudimos constatar que pese al cansancio y las ampollas en los piés, habíamos cumplido nuestra meta. Felices nos despedimos y regresamos a nuestros hogares, la aventura había concluído. Dejé unas fotos para el recuerdo.

Baños de Colina : delicias de primavera

Un fin de semana en la montaña claramente era un krrt de lo mejor y se cumplió a cabalidad. La cita fue a las 8 de la mañana en Plaza Italia, para abordar un bus que nos llevaría a los 16 entusiastas excursionistas que huíamos de Santiasco para disfrutar de la montaña.

En el camino se nos unió un trío más y tras un largo camino hacia el Cajón del Maipo, nos encontramos en Lo Valdés, último tramo en que era posible circular con motores. Allí, cargamos las pesadas mochilas (esta vez con lo suficiente para acampar y pasar el fin de semana en la montaña) y tras los acuerdos básicos de comunicación, nos lanzamos a la aventura.

Cuatro horas de caminata por un camino muy accidentado, cortado por avalanchas de rocas y sobretodo por la gran cantidad de nieve, hicieron las delicias al esfuerzo y pusieron a prueba el estado físico de los convidados a este disfrute.

Los primeros que llegamos a las Termas nos enfrentamos al dilema de conseguir un precio aceptable para hacer uso de la montaña. ¿Cómo es posible que Chile haya privatizado la montaña? Es una verguenza.

Tras llegar a un acuerdo, esperamos la llegada de todo el grupo y nos fuimos a ubicar a una explanada cerca de las pozas termales y armamos campamento.

Siendo media tarde, parecía del todo adecuado irnos a disfrutar las pozas de agua termal y no nos hicimos de rogar. Estuvimos horas probando las diversas temperaturas de las aguas maravillosamente cálidas que la montaña nos regalaba hasta que la nevazón se hizo presente. Impactante espectáculo, mientras estabamos sumergidos a una temperatura bastante alta, nevaba sobre nuestras caras. Impresionante!!

Poco a poco fuimos saliendo de las pozas y volviendo al campamento, en donde con bastante esfuerzo comenzamos a armar una fogata. Hacía frío, pero las ganas de pasarlo bien eran mayores, así que conseguimos armar un asado de campeonato, con presas de pollo y longanizas para deleite de todos. Tras la nutrida cena, nos fuimos a refugiar en nuestras carpas, ya que la nevazón estaba dejando todo blanco, muy blanco.

Una noche fría y silenciosa, que casi a las 7 de la madrugada, se llenó de lindos sonidos de los pájaros que reclamaban alimento (estas aves de montaña saben reclamar alimentos de los visitantes). Cuando salí de mi carpa, hacía un frío de miedo y aunque me afané por calentar agua para un café, no lo conseguí tan pronto. Cerca de las 8 de la madrugada la vida bullía en el campamento y tomamos un gran desayuno compartido.

Tras el desayuno, solo quedaba disfrutar el hermoso día de sol, completamente despejado, solo había que sumergirse en las aguas termales y descansar. Así estuvimos hasta cerca del mediodía, momento en el cual decidimos que era menester prepararnos para el regreso. Deshicimos el campamento, fuimos a cargar agua y caminamos de regreso. En ese trance nos encontramos con el contingente de Los Malayos que venía por el día a visitar el lugar. Muchos abrazos y queridos amigos, hicieron del regreso un conjunto de pausas deliciosas.

Durante el regreso, fuimos disfrutando poco a poco, los alimentos gourmet propios del menú malayo, de tal manera de hacer disfrutable todo el periplo.

Gran paseo, lindas amistades!!!